Por: Ramon Felipe Nunez
Algunos nietos de mi abuelo materno interesados en conocernos, afianzando los lazos familiares, hemos intentado saber cuantos somos los nietos y cuantos tíos hemos tenido,así que hemos tratado, con ayuda de nuestros padres y tíos, la cantidad de hijos tuvo nuestro abuelo común. Sobre esa cifra no nos hemos podido poner de acuerdo. Aunque se que mis tíos fueron más de treinta.
Para que se tenga una idea lo dificil que resulta llegar a contar tíos debo señalar que se nos ha narrado que nuestro abuelo tuvo dos hijos en Francia y uno en Italia. Por tanto el recuento lo tratamos de limitar al país. Aunque debo señalar que hace cosa de algo menos de dos meses al hablar con mi primo Stormy Reynoso, de la Vega, sobre este tema él me señalo que en un viaje a Estados Unidos conoció, siendo él alto funcionario del gobierno de entonces, uno de nuestros tíos nacidos en Nueva York.
No he señalado en esta narrativa que mi abuelo materno fue un sacerdote católico, su nombre fue Jose Manuel Roman Grullón, que tomó hábitos en Roma, sabemos que completó sus estudios en el Colegio Pio Latino de esa ciudad a finales del siglo XIX, después de abandonar su carrera de medicina y de haber realizados intensos estudios de piano en Francia. Las razones por la que se hizo sacerdote las dejo para otra ocasión.
Lo cierto es que sus hijos, especialmente las hijas, se sintieron, hasta el día de su muerte, avergonzados de hablar de quien fue su padre. Muchos hijos, sin embargo, se jactaban, más bien, de sentirse orgullosos de tener los mismos genes viriles que su padre. A pesar de algunos intentos fallidos fue imposible reunir cierta cantidad de hermanos para que se conociesen. Las veces que se hicieron tales pruebas se ponía como condición no mencionar que era una reunión de hermanos. Y ahí mismo fracasaba la convocatoria.
Sin embargo, algunas personas que sirvieron como enlaces entre los dispersos hermanos. Mi abuela llegó a a tener ocho hijos con mi abuelo. Fue la consorte con quien convivió maś tiempo. Quizá por ello muchos de los hermanos, de sus hijos, se acercaban a ella, quien normalmente daba el visto bueno señalando que el visitante era hermano de las muchachas, pues así llamaba a sus vástagos de sexo femenino.
Jose Romero fue uno de los hijos del padre Román que recibió el placet de parte de mi abuela.
Fue, pues, uno de mis tantos tíos. Formaba Jose Romero parte del grupo de hermanos varones que de vez en cuando se encontraban para conversar y era él uno de los que visitaba a todas las hijas de mi abuela, pues el reconocimiento de ésta le daba este privilegio. En tales circunstancias le conocí siendo yo muy niño.
Era tal la amistad entre tío José Romero y mi familia, mi madre incluída, que bien recuerdo como en el verano de 1957, me parece, tuvimos la visita en casa de dos de sus hijas. Debo confesar que, quizá porque nunca las volví a encontrar en mi vida, he olvidado sus nombres. Pero sus gratos recuerdos aún me acompañan. Debe inferirse de lo anterior, además, porque hubo un rompimiento, más tarde, entre mi abuela, sus hijas y José Romero.
Trataré de explicarlo.
Debo señalar que tío Jose Romero era militar. Algo extraño pues en la familia se me había narrado que mi abuelo materno, prohibió a sus hijos que tomaran tal carrera o que sus hijas se casasen con un militar. Pero fue su vida. Según él mismo me llegó a narrar, mucho más tarde, para demostrar su amor por las milicias, aunque no puedo confirmar el hecho, que él había sido graduado con las mejores calificaciones en tiro al blanco, segundo sólo al cadete Caamaño Deño. Aunque sospeché, cuando me hizo tal confesión, que su comparación en rango secundario, con el Héroe de Abril, lo hizo con fines de halagarme sabiendo de mi admiración por el militar patriota.
Lo que el jamás me confesó fue que él que llegó a trabajar en el servicio secreto de no se que rama militar. Y tal oficio trajo consecuencias muy negativas para él y su familia.
Mi tío Jośe Vásquez me llegó a decir que José Romero para darse ínfulas narraba en su entorno acciones sobre personas que él había asesinado. Pero, en cada caso, decía tío José Vásquez, era pura mentira lo de los asesinatos y, por el contrario enemigos de Trujillo que estuvieron en su custodia le agradecieron, más tarde, el trato que les daba así como la defensa que hacía de los mismos.
En especial recuerdo un caso narrado, aunque no recuerdo el nombre de la víctima. Le tocó a tío José Romero conducir preso hasta la fortaleza San Luis a un comerciante de Santiago, enemigo conocido de Trujillo. Al legar a detenerlo tío José Romero le indicó el motivo de su visita. Pero, a pesar de las órdenes, no lo llevaría esposado, ni lo humillaría, sino que le indicó, desobedeciendo el mandato que irián caminando de lados opuestos de la calle hasta llegar a la fortaleza San Luis de Santiago, donde el tío lo acompañaría hasta los calabozos. Así sucedió.
Luego mi padre me narraría dos hechos notables que conoció de boca de José Romero.
En el primer suceso Trujillo lo llamó al Palacio Nacional donde le encargó el asesinato de un enemigo suyo, cuyo nombre no me mencioné mi padre, si acaso lo sabía, en la Habana , Cuba. No recuerdo los detalles de como el sicario, que era en la narrativa mi tío, atrajo a la víctima a un lugar público donde de un solo tiro lo dejó tendido ante la vista atónita de todos. Escapó mi tío hacia el puerto de la Habana, donde ante la persecusión a que era sometido se refugió con una prostituta que se había enamorado de él. La prostituta le dió albergue, comida y amor por más de una semana hasta que se pudo escabullir en la bodega de un barco que partía hacia Santo Domingo.
En Santo Domingo se presentó ante el Jefe donde rindió informe verbal de lo acontecido. El jefe agradecido hizo deslizar en su bolsillo la cifra fabulosa de quinientos pesos.
Pero sus hazañas en el extranjero no se quedaron en ese sólo caso.
Dada la eficiencia de este joven militar, según su propia narrativa, el Presidente Trujillo lo volvió llamar a Palacio donde, nueva vez, le encargo un nuevo asesinato político en la Habana. De igual manera José Romero cumplió su cometido, pero esta vez, puesto que los enemigos políticos de Trujillo en la Habana ocuparon todo el muelle, optó mi tío, salir de la Habana, Caminando la mayor parte del tiempo hasta llegar a Santiago de Cuba.
Pero los enemigos del Jefe no le dieron tregua y hasta Santiago de Cuba llegaron en su persecución. Así que sin pensarlo dos veces mi tío tomó el camino hacia el país, nuevamente a piés, y de esta manera se presentó al Palacio Nacional donde Trujillo lo gratificó como en el caso anterior.
Me señalaba mi padre, que José Romero creía a pies juntillas las narrativas que realizaba. No se si el lector también. Pues tío José Romero no era medido con la palabra.
No ser medido en la palabra con mi abuela, en una ocasión muy especial, tuvo consecuencias para él y la familia.
Narro primero las circunstancias que anteceden a esa ocasión.
El único hijo de mi abuela, tío Eugenio, siempre fue un don Juan de fuste. Su aspecto nunca dejó de atraer a las mujeres. Y fué siempre débil en esta área. A principios de los 40 del siglo pasado, estando casado y con familia en Santo Domingo, llegó a tener una relación amorosa con una humilde joven de la Lomita, en las cercanías de Mocán. Fruto de esa relación nació mi primo René.
Dada la situación económica y familiar de tío Eugenio, mi abuela materna intervino y decidió llevar a su casa al nuevo vástago. Ese nieto, fue el nuevo hijo en quien mi abuela depositó todo su cariño.Durante más de 18 años recibió toda la atención y cariño que era capaz de prodigar mi abuela.
A pesar de ello, René tomó la medida de tomar residencia fuera del país. Y para el año 1958 abandonó el hogar materno y se radicó en Nueva York.. Mi abuela se pasaba el tiempo lamentando la ausencia de su nieto favorito. Me consta que él nunca dejó de expresar la gratitud y cariño que profesaba a su abuela, convertida en madre tierna.
En Nueva York le sorprendió el retorno del grupo de dominicanos que, armas en mano, arribaron al país en Junio de 1959. Ya antes de que se impusiera el mayor y estricto control de correos, mi abuela dejó de saber de René. A nadie le confesó el temor de que su nieto estuviese entre el grupo de los que luchaban con armas contra la tiranía.
Sin tener noticias de su nieto, a mediados de Julio mi abuela recibe la visita del "hermano de las muchachas" José Romero. Parece que José Romero era poco conocedor del alma humana. Pues en esta visita estaba empeñado en narrarle a la "vieja Juana" de los trabajos y aventuras que había pasado y realizado cuando había sido envíado a combatir al grupo armado que amenazaba, con su presencia, al gobierno de Trujillo, en el entorno de Constanza.
No pudiendo hallar manera de llamar la atención y admiración de la abuela, no se le ocurrió, a tío José Romero, otra cosa que decirle: "Vieja Juana, me parece que uno de los barbudos que maté en Constanza era René". Oir esta palabra y retirarse a su habitación fue todo uno. Mi abuela quedo devastada. Permaneció algunos días en la cama.
Cuando al otro día se recuperó en algo mi abuela llamó a sus hijas a quienes relató la noticia recibida al tiempo que les confesaba que José Romero nunca había sido su hermano, que no era hijo del padre de ellas. Las hijas, al poco tiempo, pudieron obtener noticias de René para aliento de su madre.
A pesar de ello el ukase imperial de mi abuela sobre José Romero se mantuvo firme entre todas sus hijas. José Romero dejó de ser mi tío a partir de ese tiempo.
Pero otro factor externo contribuyó a separarnos aún más.
Llevando ese tipo de vida, le sorprendió la muerte de Trujillo en 1961.
Tío José Romero tenía su vivienda en las cercanías, a una dos casas de distancia, del cuartel policial de los Jasminez de Santiago. Muy cerca de donde hoy se encuentra la estación de gasolina conocida como Bomba de Cabeza, pero del lado de la antigua carretera de los Jazmines. Allí residía con su familia en su casa de madera. En esa residencia le sorprendió la muerte del Jefe.
Cuando los sectores populares se levantaron contra el gobierno remanente de Trujillo, una fracción de estos sectores se dedicó a perseguir a las personas que habían colaborado con el régimen en el área de los servicios secretos. Así que una turba decidió realizar una visita, nada cortés, a la casa de mi tío.
Al día de hoy no me explico como no hubo muertes que lamentar en los miembros de la familia de tío José. Indudablemente que pudieron escapar de su residencia de alguna manera, pues la vivienda quedó totalmente destruída. No quedó madera en pié, pero si piedra sobre piedra. Nadie me lo contó, pues más tarde, varios meses después, pude apreciar la labor de las piedras lanzadas. Pude igualmente apreciar que ni una sola piedra, de las millares lanzadas contra la vivienda, alcanzó al vecino cuartel policial.
Ocasionalmente, a través de otros tío me llegaban noticias de tío José Romero. Pero no fue sino hasta mediados de la decada de la década antes mencionada que llegué a encontrarlo de nuevo. Fijó su residencia en la Zanja de Baitoa. Uno de sus hijos, Rafael, militar como había sido su padre, contrajo matrimonio con Marinita Pérez.
En esta nueva étapa de la vida le llegué a tomar mucho cariño. A pesar de la diferencia de edades era él quien me buscaba cada vez que llegaba yo a Baitoa, donde me tenía lista una nueva narración de su pasada vida militar o me mostraba su arte de rasgar las cuerdas de una guitarra.
Una vez que, a inicios de la década de los 70, por motivos que no vienen al caso, debí buscar refugió para permanecer fuera de la vista de todos. Estando oculto, me llegó un mensaje de tío José Romero. El tenía todos los medios para resguardarme de manera segura. Le mandé a decir que le estaba agradecido. Ya buscaría yo, le mandé a decir, la manera de encontrarle.
Cuando alguna vez narré a mi madre de su mensaje y de mi agradecimiento, mi madre se indignó sobremanera. Todavía estaba en pié la excomunión de mi abuela.
Salí del país y regresé. No volví a encontrarle, sino hasta finales de la época de los años 80. Ya Marinita Pérez me había narrado que José Romero tenía problemas de glicemia.
A pesar de ello cuando el cadaver de mi primo Fredi Pineda, muerto en Nueva York en Agosto de 1987 fue repatriado para ser sepultado en Baitoa y se desarrollaban las exequias religiosas en la iglesia de Baitoa, quedé sorprendido cuando un señor con la cabeza cubierta de pelo blanco me llamó por el nombre familiar con el que soy conocido en Baitoa. Lo bajaron en una silla de ruedas, pues tenía una pierna amputada, pero rebosaba de la energía que siempre tuvo.
No reconocí, en un primer momento, a mi tío que buscaba la familia. Pero vi en su rostro una copia de las últimas fotografía que tengo de mi abuelo. Su padre.