viernes, 3 de abril de 2020

Costumbres de Baitoa

Por: Ramon Felipe Nunez.
Esta vez voy a narrar algunas costumbres que han sido tan propias que a veces  nos diferencian de otros lugares del país y en algún momento llegaron a constituir parte de nuestro modo de ser.  Describiré esos hábitos nuestros recurriendo a narraciones que me han llegado directamente o través de terceros.  No niego que muchos de las costumbres aquí descritas se han perdido con la transformaciones que ha sufrido nuestra sociedad, mientras que otras están delante de nuestros ojos aunque queramos negarlas.

Algunos hechos nos traen alborozo, especialmente cuando nos traen armonía, y nos hacen sentir orgullosos de quienes somos. Pero hay otros que pueden ser motivos de vergüenza  e indignación aún con sólo narrarlos. Como no profundizo en las causas de unos y otros sólo pido un poco de comprensión.

Las costumbres se refuerzan en el hogar y  en la escuela, cuando la misma cumple su función de creadora de nuevos mundos, pero nacen del diario vivir y de la forma que realizamos el trabajo para crear riquezas. Cuando el periodista y sociólogo dominicano Josë Ramón López describe el alma de nuestro pueblo,  nos habla de un conglomerado inmerso en la desidia y la vagancia que se reforzaba por sus pobres hábitos alimenticios. Sus descripciones son muy vívidas y nos habla de zonas enteras del país donde el hábito de alimentarse adecuadamente bien no se conocía. Siempre cuestioné estos escritos, porque el mundo asi descrito no era el que yo conocía. En algún momento de mi vida viví en una atrasada comunidad del Sur del país y pude darme cuenta que lo narrado por José Ramón López sobre algunas regiones de la zona costera norte no eran tan irreales para los años setenta del siglo pasado.

Pero Baitoa nunca fué así. 

Y es que Baitoa vivía del tabaco desde, al menos,  el siglo dieciocho, y también de una ganadería que no era tan extensa pero proveía de un alimento rico en proteinas. Y ambas actividades eran fuente de riqueza. En Baitoa el tabaco generaba, en relativo espacio pequeño de terreno, suficiente dinero para levantar una familia y una casa que se iba llenando de las comodidades básicas. Todavía por los años 70 del siglo pasado, a partir de Julio, no era extraño ver vehículos trayendo camas y armarios adquiridos en comercios de Santiago con la venta de la última cosecha del tabaco. Lo mismo que nos narraban nuestros abuelos de lo que sucedía para los mismos meses de los años que bordean el final del siglo 19, solo que el transporte era la carreta o el caballo. La venta del ganado en, y fuera de,  Baitoa también permitía adquirir algún dinero para solventar una necesidad normalmente planificada. Mientras que la crianza del cerdo, que inicialmente se vió como la fuente de grasa en nuestra alimentación, ya para finales del siglo 20 llegó a ser la alcancía del hogar.

Desde la época del último gobierno de Horacio Vásquez se comenzaron a construir canales de riego y, por tanto, se alentó el cultivo de arroz, con lo que el país comenzó a no depender de la importación del cereal, proveniente de las Carolinas y del Asia Oriental,  y consumir el producido en los nuevos arrozales de Navarrete, Villa Vasquez y Bonao. Al mismo tiempo se perdió en Baitoa la costumbre de cultivar el arroz secano y, en consecuencia,  el arroz "pilado" en la casa desapareció, a pesar de la añoranza  que por él mismo nunca fue abandonada por nuestros abuelos.

Soy testigo de que en el nordeste, y gran parte del país, cuando muere un ejemplar vacuno dejan que las auras, que son unas negras aves de rapiña que aún no he visto por Baitoa, den con su carne y sus huesos. E igualmente si hay una muerte accidental en el ganado, el dueño de la misma aprovecha su carne. Sin embargo, en Baitoa tuvimos costumbres distintas: el ganado que muere por enfermedad se entierra, y el que muere por accidente, por ejemplo despeñandose por un barranco, es de de consumo gratuito de la comunidad.

Esta última costumbre no era del agrado del dueño del ganado. Pero costumbre ha sido y, como tal, reina del lugar. Siempre hubo alguna sospecha que algunas de estas muertes accidentales eran provocadas. Hay un caso  que afectó la familia, pero que ilustra la costumbre. El caso lo oí de nuevo  recientemente de labios de Manolo Cepeda. La historia es la siguiente. Debía Manolo, en un día domingo, ordeñar por vez primera una vaquilla con becerro que pastaba en las cercanía de Mocán. Siendo primeriza,  la vaquilla estaba muy nerviosa y no permanecía quieta de forma alguna. Un joven  experto de Mocán, que vestido de gala dominguera se dirigía a Baitoa, ofreció ayudar maniatando y ordeñando la vaca de marras. Pero tuvo tan mala suerte que la vaquilla al sentir sobre si el lazo,  disparó sobre la ropa del experto vaquero una lluvia de excrementos y orinas que le arruinaron su ropa y sus planes de diversión ese domingo. El joven se enfureció de tal manera que arrancó una estaca y le descargó tal paliza al pobre animal que inmediatamente perdió la vida. Logicamente que tal accionar tuvo consecuencias por parte del alcalde de Baitoa, pero el reparto de las carnes de la vaquilla reunió todo Mocán y parte de los Callejones de Baitoa. Este hecho ocurrió en 1951, pero tambień vienen a mi recuerdo otros hechos similares mas.

Con el ganado era común que algunas personas lo arrearan, durante prolongado período de tiempo, diriamente al rio o al arroyo de Baitoa. Como yo viví en las cercanías de la carnicería, situada a pocos metros del arroyo, sentí durante esos períodos de abrevamiento la furía de los toros cuando les llegaba el olor de la sangre de sus congéneres en los lados de la carnicería. Todavía al dia de hoy siento terror y lástima al sentir la furía y la impotencia de las fieras en el arroyo. Aunque, que yo sepa, nunca hubo desgracia que lamentar.

Algunos de los lectores de Baitoa habrán oído, de parte de alguno de sus abuelos, de las ocasiones en que se sacrificaba un cerdo y se rogaba a los vecinos que fueran a tomar alguna porción del mismo,  pues de otra manera se pòdía perder. Yo mismo  escuché tales narraciones más de una vez. Y si me preguntan como podía suceder que no se le diera valor a la carne de un cerdo sacrificado, la respuesta que tengo es que, por un lado todavía no se tenía carnicería en Baitoa, por tanto no había expendio de carnes. Y en segundo lugar el cerdo se sacrificaba porque se había agotado ya la fuente de grasa animal tan necesaria en la preparación de los alimentos de entonces.

Luego se tuvo carnicería en Baitoa, que pudo ser a inicios de los años 20 del siglo pasado, la primera regenteaba por Jose María Fernández y situada en las cercanías de donde luego se construyó la casa de Alsacia Fernández, su hija. Luego pasó a situarse al lado de nuestra vivienda familiar. En ningún caso se recurría al fotuto de lambí para anunciar la disponibilidad, como todavía por los años 60 se hacía en gran parte del país y aún en nuestras vecindades, pues el expendio de carne siempre se hizo de manera regular.

Y en cuanto a consumo de carnes, aparte de cerdo y vacas, ¿ que otras carnes se consumían ?

Se tenía la crianza de gallinas en la casa. Y es bueno recordar que se construían la casas sosteniendo  pilotillos el piso de madera. Una de las últimas casas en que se pudo observar tal disposición  fue en la de David Núñez en la Lima.  El amplio espacio debajo del piso de madera se usaba para recoger de noche las gallinas, cerdos y hasta chivos. De día los niños solían jugar despertando sus fantasías en ese espacio ocultos del ojo avisor de los padres. La consecuencia era que todo niño de Baitoa se hacía  receptor de una crianza de niguas que, al hacerse insoportables en los piés,  se expulsaban en base a un procedimiento de cirugía doloroso realizado usando como instrumentos una chambra o una aguja de coser. De que era doloroso, lo era. Nadie tiene que decírmelo. Lo sufrí en carne propia

Algunas personas tenían por actividad la caza de aves salvajes. Palomas torcuaces y guineas salvajes principalmente. Y hasta en alguna ocasión un pavo salvaje caía presa del disparo certero del cazador. Pero con la siembra cada vez más intensiva y extensiva del tabaco tales  actividades han ido desapareciendo. Quizá algún baitoero haya oído hablar de las aventuras de cazador de Tono Valerio y  de como fue a caer prisionero, y sometido a torturas,  en la peor época de la represión "anti-comunista". De ello escribiremos en otra ocasión futura. 

Canó Valerio su hermano mayor, fue un cazador muy habil, como lo fué en todos los oficios que emprendieron estos dos hermanos. Pero Canó tenía un modo de ser peculiar, modesto en las cosas extraordinarias que realizaba y exagerador en los hechos cotidianos. Por ejemplo, en New York relataba a un conocido, que no era de Baitoa, como en una ocasión saliendo de casa por el arroyo de Baitoa, de un sólo disparo contra una parvada de guineas mató tantas que le fue necesario contratar los servicios de un muchacho para poder llevar la caza a su hogar. Pero ese era Canó, usted le cree si quiere.  

Si mis informaciones están actualizadas el último cazador que queda en Baitoa es Fermín Tavárez, viudo la hija mayor de Argentina Guazó. En sus andanzas ha encontrado especies anímales que no se encontraban en Baitoa como el carrao, característico de la Cordillera Septentrional y que he encontrado, también yo, pero en la Loma de Juana Núñez. Hasta un flamenco fue dado de baja por Fermín, con el agravante de que lo consumió en su casa con el esperado y posterior desdén por tal tipo de carne.

Baitoa no conoció la siembra de hortalizas modernas, pues se aprovechaba las que se conocián desde la época de nuestros indígenas. No se tenía la lechuga, pero se cultivaba la chicoria, de sabor más agradable que la lechuga mientras fuera tierna. Pero bastante amarga cuando la hoja maduraba. Muchas familias preparaban la verdolaga, hasta que a alguna persona se le ocurrió que esta arrastradera es sólo apta para los cerdos. Pero creánme que es crujiente y agradable al paladar. También era común el cultivo del berro y la espinaca. Pero, el agro como empresa ha enterrado algunos de nuestros cultivos tradicionales. Sufrimos sus consecuencias.

Para el consumo de agua tanto como hidratante o como medio de limpieza se tenían a principios del siglo 19 abundantes maniantales por doquier. Recuerdo que doña Alsacia Fernández tenía debajo de una mata de mamón, en el patio de su casa,  un manantial que usaba para el consumo cotidiano. Igualmente mi madre me narraba que el agua que usaban en su casa provenía de una fuente de abundante agua que manaba a orilla de la cañada sita en los actuales callejones de los Sánchez. Y no sólo ello, me narraba, además,  que cuando le era permitido ella y sus hermanas se bañaban acariciadas por una pequeña cascada de agua que existía entonces. Llegué a ver esa cascada, pero sólo después de un período de intensas lluvias.

La fuente de agua por excelencia para el consumo humano lo era una cañada situada en las cercaías de donde hoy está la Escuela Primaria Africa Núñez. Hacía allí se dirigía la tropa de mozalbetes, jinetes en burros trotadores.

Pero ya para 1912, algunas casas comezaban a ser techadas de zinc. Maestros constructores de Arroyo Hondo llegan a Baitoa contratados para construir tanques para almacenar agua. En algunas casas se tienen inodoros y lavamanos que son alimentados de esos tanques. Se crean maneras y modales que hacen la estancia más agradable para los citadinos que ya para entonces nos visitan con más frecuencia.

Sin embargo, los techos con hojas de metal, hacen cambiar la percepción del baitoero sobre fenómenos cotidianos. Por ejemplo, de Güide Pineda hacían burla sus contemporáneos durante largos años, porque no llegó a entender, por mucho tiempo, que por el hecho tener así techada la cas de sus padres las lluvías no se hacían más intensas. Las lluvias de mayo se hacían ensordeceras con los truenos y el viento, hubiese o no techo de zinc.

Baitoa producía tabaco y producía dinero vendiendo cerones de tabaco, pero podía escoger las hojas de mejor olor para fabricar andullos y montar fabricas de cigarro.  

Siempre se consideró el tabaco como el padre de los gobiernos progresistas del Cibao por el hecho de que el tabaco producía riqueza para muchos. Una familia campesina con unas seis tareas de tierra podía producir unos 25 quintales de tabaco y con el producto de su venta con la adición de la  crianza de pollos y cerdos una familia podía vivir decentemente. Se podía levantar la familia. Por ello es que se habla de la fuerza democrática del tabaco.

Los que tenemos cierta edad aún sea por curiosidad llegamos a fumar "pachuchés". Algunos como quien escribe lo fumamos, y no teniendo el hábito de fumar, sentimos las consecuencias desastrosas en nuestro organismo. Sin embargo, el campesino de Baitoa fumaba el tabaco por necesidad. El humo del tabaco espantaba el mosquito, y no impedía el trabajo creador.

Oí de boca de algunos tabaqueros que el hecho de recoger la hoja en miel producía un desgaste en la energía del tabaquero a edad no muy tardía. Nunca pùde comprobar tal afirmación.  En algunas actividades posteriores a la cosecha participaba toda la familia y, a veces, algunos vecinos. Nos referimos a los procesos de despalillar las hojas que formarían sartas que luego colgarían del rancho tan típico nuestro. 

Pero hay una actividad maliciosa que caracterizó la venta del tabaco en el siglo 19 en todo el Cibao, y permeo a nuestros tabaqueros.  Como sabemos el tabaco se vende en cerones de un quintal. Pero el proceso previo a enceronar consiste en recoger las sartas de hojas ya fermentadas en los ranchos y depositarlas en "trojas" que al  humedecerse en ambiente controlado se fermentaban adicionalmente. El proceso de pasar al cerón era todo un ceremonial. En esta actividad el tabaquero expresaba sus esperanzas de dinero y felicidad, pero también de recuerdos de todo el arduo trabajo realizado. A muchos le parecía natural despojarse de la última ropa usada en el trabajo y agregarla al cerón con tabaco. Otros más maliciosos agregaban al tabaco piedras y arena para aumentar el peso. Quienes así actuaban daban mala fama a todos los productores. Pero, a pesar de que fuí testigo de algunas de las "gracias" menores y he escuchado de los delitos mayores, en los últimos meses cuando hablaba con viejos tabaqueros eran unánimes en negar los hechos que alguna vez llegaron a celebrar.

La Lima a finales del siglo 19 era uno de los centros de producción de caña de azúcar, cuyo destino en última instancia era la producción de aguardiante y melao. Se tenían trapiches movidos por bueyes para tales fines. Pero a pesar de que en Baitoa se tuvieron algunos alambiques para la fábrica de ron, el destino final para todo lo producido en la Lima era la fábrica de Eliseo Pérez en López.

Pero había  consumo de alcohol en nuestro medio. ¿Como era eso ?.

Eran famosos los "suapes" que a principios de siglo 20 se daba Mon Pineda. Nada extraño, pues era el distribuidor de ron, desde Guaraguanó hasta Jarabacoa, del alcohol producido en la empresa de Eliseo Pérez, posiblemente la más grande del país en su momento. Sea dicho de paso, el ron se trasladaba al lugar de destino con carretas arrastrada por bueyes que contenían grandes barricas de aguardiente. Los comercios lo envasaban y lo expendían de esa manera.

En otro lugar narré de las peripecias de Agustín Peña con su grito de guerra: "el diablo y la mula" siendo jinete de una yegua más loca que él. Pero la loquera etílica de Agustín sólo sucedía los fines de semana. El resto de la semana no había baitoero mas sobrio y comedido  que el señor Agustín

Otro caso lo fué Elías Núñez.
Don Elías Núnez fue en una época, principios de siglo XX, el más grande dueño de tierras en Baitoa a la vez que más grande ganadero. Por razones que no vienen al cuento vendió todo en Baitoa y se trasladó a Bonao. A principios de los 50 hizo una visita a su pueblo natal. Estando en un local comercial y siendo él, cosa extraña en su familia, amigo de libar el ron ofreció pagar una ronda de alcolhol a todos los presentes. "Tomen  ron que yo pago", me cuentan que fue su frase. Uno de los presentes sintiéndo la alegría general exclamó con gran alborozo: "una vaca muerta nos ha llegado". Tal exclamación no fue de agrado de don Elías, recuérdese que siempre fue ganadero, que enseguida rispostó: "Tomen ron que yo pago a todos los presentes, menos al pulgón que abrió su boca".
A proposito de don Elías me cuentan quienes lo conocieron que tenía la costumbre de sólo hacer dos comidas al día. La primera un gran ponche de café con huevos en la madrugada. Y luego una gran cena con abundancia de carne, asada de preferencia, entrada la oscuridad de la noche. No era extraño en él devorar una pierna de cerdo asada completa en sus opíparas cenas.

Evadía don Elias la invitación a almorzar que llegaba con la frase: "Elías desmóntese para que almuerce con nosotros". Y su respuesta de "no puedo, si lo hago, se quedan ustedes pasando hambre", la considero yo como muy pertinente.
La otra costumbre de don Elías era tomarse algún día para libar alcohol sin ingerir alimentos. Dos actividades incompatibles según su parecer. Y cuando Elías tomaba los que se le unían disfrutaban, pues el pagaba todo lo bebido. Y si en el proceso se pedía algo de comer, que podría ser pan, conconete  con mantequilla o queso el hacia la salvedad, cuando iba a saldar la cuenta: "Yo pago por las bebidas, pues la comida la debió ordenar algún pulgón que no me conoce bien"

Me parece que pocos baitoeros fueron alcohólicos, como tales. Y bastante de los que han sido han abandonado el alcohol de una manera asombrosa.   A través de la historia de Baitoa, el consumo de alcohol no estuvo seguido del surgimiento del comercio del sexo. Pero de este tema hablaremos en una próxima entrega.

Se podría pensar que siendo Baitoa una comunidad aislada la gente podía ser descuidada en el vestir. Nunca tal cosa fue cierta.
Mis abuelos me llegaron a narrar de como se escogía el vestir y la montura para llegar a Santiago. El baitoero fue siempre "pribón" en el vestir. Y respetuoso.  Lo de respetuoso lo menciono porque me contaba mi abuela que si se llegaba a Santiago en período de Semana Santa, las monturas, en llegando al puente de Perico Pepín, sobre el arroyo de Nibaje, debían tener las pezuñas cubiertas con trapos para así no despertar el silencio de tan sacra celebración.
Pero los domingos y días de fiestas los baitoeros vestían con traje blanco, o flú como se le llamaba, y se colocaban de los  llamados sombreros de Panamá ( aunque en honor a la verdad eran los sombreros de JipiJapa y de procedencia ecuatoriana). Era de mal gusto no vestir de esa manera.

Mi abuela que era madre soltera, como diríamos hoy, o mujer sola como se usaba entonces, viviendo en los Callejones,  en las cercanías donde Ramón Pérez, su sobrino,  tuvo vivienda luego, se le ocurrió descargar una "terina" de agua en la parte de atrás de su casa, con tan buen sentido que el agua le cayó encima a un señor de Mocán que llegaba a Baitoa para la gallera vestido de flú blanco. El señor protestó, y mi abuela le rispostó en términos tajantes  por la osadía que tuvo en penetrar a las cercanías de una casa donde vivía una mujer que debía respetarse. Nos imaginamos que el forastero optó por entrar en razones y se retiro a secar su humedad en otro sitio.
Con los adolescentes otra era la forma de vestir. El joven hasta llegar a los quince años llevaba un pantalón "arremangado" hasta las rodillas. En llegando a la mayoría de edad se tenía la ceremonia de "bajar" los pantalones que consistía en descoser el pantalón para llevarlo hasta los tobillos. 

Para que se tenga una idea de la importancia del ceremonial de "bajar" los pantalones veamos dos casos.

El primer caso tiene su origen en los siguientes hechos. Debio haber sido el año 1898, llega de La Penda una comadre o familiar de los Núnez de visita  a casa de Sebastían Núñez y Emilia Pérez, que entonces vivían en La Lima, con su hija, adolescente, de nombre Lola Múñoz. Lola impresiono, no sólo por su porte sino sobre todo por que llevaba puesto un sombrero de alas anchas que no se conocía en Baitoa. 

En lo que las comadres hablan la joven Lola ve que hay un montón de ropas por lavar. Sin pedir permiso toma la ropa la lava y luego, en la tarde, procede a planchar la ropa en cuestión.  Doña Emilia Pérez, que era la verdadera jefa del hogar, le dice a la comadre: "Comadre quiero a su hija para esposa de mi hijo Leopoldo. Ese hijo mío tiene unos amoritos que no le convienen, así que en dos años hacemos el compromiso y el matrimonio ahí mismo"  Parece ser que las edades de los jóvenes eran compatibles. 

Efectivamente pasa el tiempo acordado  y  el jóven Leopoldo acaba sus amores, pero enseguida se compromete con una hija de Gabriel Franco, de nombre Ernestina. Gabriel Franco era ya persona de respetar y los compromisos con sus hijas no terminaban así tan facilmente. Y llega la fecha en que la joven Lola viene de regreso a Baitoa para sellar la palabra comprometida. Doña Emilia ante el trance actúa con prontitud: " Leopoldo está comprometido con una hija de Gabriel Franco, pero ahí tengo a mis hijo Abraham. Se sigue lo acordado, pero ahora el matrimonio será con Abraham". 

Abraham vestía aún pantalones cortos. No sabemos en que orden recibió las ordenes: uno, se le van a bajar los pantalones, dos, se casará usted con la joven Lola. Sin entrar en nimios detalles, sólo debo indicar que Abraham saltaba de la alegría. Las malas lenguas señalaban que toda su alegría se debía a que le "bajaron" los pantalones.

El otro caso que me viene a la mente es la de Ramón Antonio Peña H. Me narraba por el año 1996 de sus encuentros con Juan Bosch y Joaquín Balaguer en distinas épocas de su vida. A Balaguer lo conocío teniendo él, Peña H.,  unos 14 años, es decir 1918. Él repartiendo volantes, con pantalones cortos,  y Elito Balaguer lanzando discursos desde la glorieta del parque Duarte en Santiago con traje formal. La narración me la hacía para contrastar el hecho de que para el año 1998 el profesor Peña H (Ramón Antonio) tenía ya 94 años y Balaguer tenía dos años menos que él. "Pero cuando eramos jóvenes el me aventajaba con al menos tres años", se lamentaba el profesor.

El problema es que no era adecuado presentarse en sitio público o privado con ropa inapropiada, como nos lo muestra el siguiente hecho.
Aunque ya para 1916 don Leopoldo Núñez tenía una posición económica holgada, no por ello era pródigo en sus gastos. Para ese año y acercándose las fiestas patronales de Agosto decidió regalar un par de zapatos a sus dos hijos Amable y Ramón para que compartiesen en el uso de los mismos y pudiesen alternar por el poblado a contemplar las maravillas que se presentaban ante sus ojos, pues al alcance de los bolsillos no estarían los conconetes, ni otros productos que se exhibían para la venta. Pero siendo el joven Amable muy desinquieto,  hizo la propuesta, que fue inmediatamente aceptada por su hermano, que en vez de turnarse en el uso de los zapatos tomará cada uno un zapato y en el pié libre simularan un accidente que disfrazarían con gazas y mercuro-cromo. Dicho y hecho. Los hermanos pudieron hacer acto de presencia en el poblado cada día de esta actividad anual, a condición de que no debían encontrarse, pues de esa manera se notaría la ocurrencia. Las apariencias en el vestir debía predominar sobre todas las cosas.

He dejado algunos aspectos de nuestras costumbres en el teclado. Especificamente las actitudes y costumbres  del baitoero que giran alrdededor  la enfermadad y la muerte. La próxima semana pienso escribir sobre este tema. Y para otra entrega posterior pienso escribir sobre la forma que afrontamos la relación con personas del sexo que nos agrada: el enamoramiento, el matrimonio y las aventuras amorosas. Pero será mucho más adelante.