domingo, 19 de mayo de 2019

Mis recuerdos de Alcibíades Núñez.

 Por: Ramon Felipe Nunez

   Para quienes no le recuerden, debo señalar que él Alcibíades Núñez al que hago referencia es el hijo de Abraham Núñez Franco y Dolores (Lola) Múñoz y que una gran parte de su vida vivió en casa de su padre, cuando niño, situada en la Loma del Toro Joco, y luego de adulto y ya casado con Luz del Alba Peña Núnez, hija de Juan Peña, vivió en la casa de su padre, pero ya sita en los callejones, llamados entonces de los Núñez, frente a la casa de Daniel Fernández Pérez.

  Le recuerdo cuando regresó de su vivencia como policía, un tanto pasado de carnes, ojos de un verde claro y como alcalde de Baitoa.  Cargo este, que ejerció con bastante propiedad.

  Mi padre le ocupó una vez cuando ocurrió un delito en su tierra. 

   Lo narro a continuación.

   Baitoa era todavía una zona ganadera y mi familia tenía más de dos docenas de ejemplares de ganado vacuno. Una vaquilla de primer parto era reacia a dejarse maniatar para el ordeño. Un joven con ropa dominguera, de Mocán y cuyo nombre nunca pude averiguar,  que deseaba llegar a Baitoa tuvo a bien detenerse y auxiliar a Manolo Cepeda, ya cansado de faenar,  en el ordeño atándola primero a un tronco de piñon cubano. Pero una cosa piensa el burro y otra la vaquilla. Esta última tuvo a bien, en su miedo, de lanzar un gran chorro de orina sobre el traje del joven pepillo y supuesto experto en ordeños. 

  Como el viaje a Baitoa se interrumpió el joven de Mocán procedió a arrancar un pesado tronco de una cerca y con el asestó tales golpes a la vaquilla que pereció a los pocos minutos. Informado mi padre de tal hecho hizo la denuncia correspondiente ante Alcibíades que se trasladó, ipso facto, a Mocán para apresar al autor del vaquicidio. En el camino, cruzando por la tierra de mi padre, se encontró con una multitud de personas que, en santa paz, se repartían la carne del animal de tal manera sacrificada. Tal cosa no la consideró Alcibíades como délito, pues era entonces la norma en Baitoa era que cuando una res moría de forma accidental las personas del lugar procedían a consumir el animal accidentado. Podría discutirse el caso que narro, pero lo que si es cierto es que aún al día de hoy cuando una persona de cierta edad recibe un regalo inesperado hace mención del mismo como "una vaca muerta".

  Pero no me interesa ver las funciones legales de Alcibíade, sino a que extremos llegaba para alegrar, según su entender la vida de los demás.
 
  Si alguna vez se hiciera un concurso de quien de los Núnez de Baitoa es el "rey y archipámpano" de las bromas, siendo un concurso muy reñido, sé que a Alcibíades sería muy dificil desplazarlo de un primer lugar que tiene bien ganado.

  Mis primeros recuerdos de Alcibíades se refuezan cuando,  bien niño yo, acompañaba a mi padre al encuentro muy temparno de mañana  que se realizaba en la cocina, sitúada detrás de la gallera acanto un barranco del arroyo, donde aparte de tomar la primera bebida caliente del día se repasaban los acontecimientos de las jornadas previas. Era una de las redes sociales de la época. Mereja, que sólo luego y de boca de Alcíbiades me enteré era de nacionalidad haitiana, y quien dormía en una habitación cercana a la cocina era la encargada de preparar las bebidas. 

  La mayor de los contertulios consumía el café que tan ricamente colaba Mereja. Otros tomaban un gengibre  y otras infusiónes de tizana. A mi padre, para ser diferente, digo yo, le tenía Mereja preparado un vaso de agua caliente. 

   Cuando no había acontecimientos comentables, pues debo recordar que en esa época algunos temas no se podían tocar, se repasaban los negocios realizados, el precio del tabaco o algún chisme local. Por ejemplo, un tema no tratable era hablar  Doroteo Rodríguez, hermano de Juan Rodríguez y quién luego sería el mayor opositor interno a Trujillo, y que  en un período  dado, finales de los años 40, estuvo  muy relacionado con Baitoa. Entonces  la inventiva de Alcibíades brillaba. Pero también él tenía, como veremos luego, al  menos un tema que no podía tocar en esos encuentros. 

  Les recuerdo que Alcibíades fue autor de unos versos muy famosos, por lo menos en mi casa, donde hace recalcar una real o supuesta infidelidad de mi padre  y que, para mi madre fue la prueba suprema de que su marido no era confiable. Nunca supe cual fue la reacción de mi padre al ser denunciado en versos, pero recuerdo la extrema cordialidad entre estos primos.  Debo decir que  Popi, hijo de Sebastián Núñez y Ramona Pérez, me relató una vez que la tal décima fue creada por Alcibíades en venganza porque mi padre le había madrugado en la lid amorosa denunciada. Pero, debo recordar que siendo Popi un Núñez, y también amigo de bromas, no me atrevo a afirmar que tal cosa fuese cierta.

  Una de las graciosuras de Alcibíades, que mantuvo muy alegre el avispero matinal en la cocina de Mereja, fue cuando el narró de la argucía de que se valió para reconfirmar el amor de su esposa. Fue de esta manera. Parece que Alcibíades tuvo algunos problemas estomacales, muy propios de los Núñez, que aprovechó para, exagerando el malestar hacerle sabes a Luz Peña, su esposa, que creía que no llegaría con vida al siguiente día. Le pedía, entonces, que escogiese correctamente con quien se casaría de nuevo. No bien decir esto, su esposa irrumpió en lantos indicándole que jamás pensaría en tal cosa porque nadie le igualaría. Y Alcibíades, muy alegre y satisfecho, divertía a su cautiva audiencia narrando los hechos y su capacidad histriónica de primera.

   Debo recordar que a los pocos días de su matrimonio su suegro, Juan Peña, que hacía alarde de su estrecha amistad con el general Ludovino Fernández, entonces jefe de la policía nacional, se determinó por enganchar a a su yerno en ese cuerpo armado. No se cuanto tiempo estuvo Alcibíades desempeñandose como guardían del orden. Me parece que regresó como civil a Baitoa en los últimos años de la década de los 40 del siglo pasado. Por su experiencia en la policía fue nombrado alcalde de Baitoa, al tiempo que estableció un comercio con local  vecino de, más bien punto de entrada hacia, la gallera. Cierto, había un portón por el que se podía pasar a la gallera pero que se cerraba en día de lidia y se debía cruzar por el comercio de Alcibíades en día de actividad gallística para así, más facilmente, cobrar el derecho de ingreso.

   Detrás del comercio estaba la precaria vivienda de Mereja, que ya hemos mencionado. Tenía Alcibíades una nevera cuya energía provenía de una bombona de 100 libras de gas licuado de petróleo, GLP, de muy poco uso entonces. Me parece que la empresa que suministraba tales bombonas pertenecía a Huascar Rodríguez que luego adquirió las tierras de Palo Amarillo, cerca d Baitoa, donde se estableció la empresa Cementos Cibaos. En contraste, mi padre tenía una nevera que corría usando kerosene líquido.

  Para entender, a mi modo de ver, una de las mayores bromas de Alcibíades debo narrar lo siguiente.

  Según me cuentan, un hermano de Alcibiades, el antes nombrado Sebastián, a pesar del amor, y también temor, que tenía por su esposa Ramona Pérez, de cuando en veces, más bien bastante veces, se enredaba en algún que otro lance amoroso. Según se me  ha narrado Sebastián fue sorprendido, no sé a que hora del día o de la noche y pòr quién, en la cama de Mereja. Aún al día de hoy desconozco porque no tuvo tiempo, Sebastián, de tomar en su huída su ropa, sino que prefirió lanzarse por el barranco que conduce al Arroyo Baitoa, en indudable acción suicida,  y, corriendo aguas arribas, pasó a ocultarse en un pequeño bosquecillo desde donde logro comunicarse con alguién que le prestó la ropa con la que se pudo presentar a su casa.

  No sé si su esposa tuvo conocimiento de tal hecho. Pero Alcibiades vio en el peligro de muerte en que se vió envuelto su hermano una fuente más de diversión.

  Ahora vayamos a la última mitad de la década de los 50 del siglo pasado. Un joven de nombre Juan Robles Duvergé quien conociendo a Josefina Fernández Núñez en la Vega, aunque él procedía de San Cristobal, quedó prendado de sus encantos. El abuelo de Josefina, m i también abuelo Leopoldo Núñez, no tenía a bien que un extraño solicítase el amor de una de sus nietas favoritas. Pero Robles no se arredraba facimente. Y no sólo durante uno de los veranos de los años mencionadose  tuvo a bien aparecerse en Baitoa, sino que  decidió ganarse a su favor los familiares de su amada Josefina

   Como todos los jóvenes de la época que vacacionaban en Baitoa, el baño en el río era actividad obligatoria y diaria, necesaria para refrescarse sino también establecer amistades que luego podía durar toda una vida. El hecho es que una tarde que regresa Robles del baño en el río, saluda muy amistosamente al señor Alcibíades. Y, por primera vez, un baitoero le responde de forma más que amistosa, pues se le puso a la orden recordando que residía frente a la casa de Josefina. Cuando el joven procedía a retirarse, Alcibíades de forma muy humilde le rogó a Robles que, por favor, llégase donde Mereje y le solícitase las ropas de Sebastián, su hermano. Sabiendo Robles que un oficio de Mereja era lavar y planchar ropa, procedió a complacer a su nuevo "enllave". ¿ Cuál no sería su sorpresa cuando Mereja antes que  entregarle la ropa solicitada,  le dirigió las palabras más soceces jamás escuchada por Robles, al tiempo que le perseguía cuchillo en mano. Alcibíades estaba a resguardo en su comercio. Robles huyó. Y me  parece que nunca perdonó a Alcibíades.

   Ahora debo recordar a un viejo Pineda de Baitoa. Me refiero a Güide Pineda. Hasta el día de hoy no logró explicarme de donde sacaron lo Pinedas sus buenos modales y su excelso don de gentes. Güide no era la excepción.

   Mantenía con Alcibíades un no tan velado desencuentro pues no aprobaba de su maneras. Para nada tenía que ver el hecho de que Güide  dirigía palabras amorosas hacia Mereja, aunque no creo que tales vocablos afectasen el duro corazón de Mereja. 

  Un hecho que ahondó las diferencias tuvo que ver cuando Alcíbiades le pidó a Güide que le vigilase el comercio en tanto el bajaba a una cañada, originada en terrenos de Güide que pasaba detrás de su comercio, y allí ante la vista de Güide Alcibíades descargaba una bacinilla llena de materias fecales y procedía a lavarla con jabón. En regresando al comercio le indicó a Güide que esa bacinilla estaba como nueva y podría venderla. Y así procedió a colocarla en la habitación donde tenía su nevera y que le servía de almacen. 

  Claro, es que Güide manifestó de viva voz su indignación por tal inicúo proceder. 

  Pasa el tiempo y Baitoa se ve azotado por una ola de calor como la que en estos momentos padecemos.

  Güide pasa de visitar a su hijo Nápoles y se dirige a su casa, cuando siente una voz muy amable de Alcibíades que le invita a hacerle compañía unos momentos. Alcibíades tomaba un delicioso jugo de limón, hecho con los frutos de una mata que tenía en los terrenos que rodeaban su comercio, y tenía un vaso extra de jugo que ofeció a Güide como muestra de conciliación. Güide nada rencoroso aceptó de muy buenas maneras y con mejores modales el regalo de reconciliación. 

  Una vez finalizada la ingesta del jugo, Güide agradeció y elogió la bebida ingerida. En tal circunstancia Alcibíades le preguntó si estaba dispuesto a tomar un vaso más. Güide aceptó de muy buen grado la jugosa oferta. Alcibíades tomó los dos vasos y se dirigió hacia la nevera de donde extrajo, ¿que creen ustedes ?, pues una reluciente bacinilla que él tuvo a bien a recalcar que era la misma que el había lavado en la ocasión anterior.

   Güide no tuvo en esos momentos palabras con que responder. Y mucho menos palabras descompuesta, pues tal cosa era extraña su modo de vida, sino que vomitó todo el jugo previamente ingerido. Sólo cuando se retiraba, atinó a decir algo como: "tal cosa no se hace ni al peor enemigo". Alcibíades reía.

  Me parece que antes de 1959 se trasladó a Cevicos. De allí se movió al alto Manhattan de Nueva York. A través de terceros seguí su vida. La última vez que lo vi fue en el 2006, en Juma, Bonao, en un encuentro de Baitoeros. Ya había envejecido, pero tomaba nota mental de todo y seguía produciendo décimas. No me atreví, por mi timidez, a entablar conversaciones. Lamento no haberlo hecho, porque , además de sus hijos, le hubiese pedido que me narrase de las bromas de su autoría que nunca conocí.