sábado, 11 de julio de 2020

Marino El Tiguere


Por: Ramon Felipe Nunez
No es agradable hablar de personas de la comunidad que llegaron a desarrollar hábitos no muy agradables que se diga, más si esa persona es hijo de una familia respetable, peor aún si esa persona llegó a ser tu amigo en la niñez. No es agradable, pues, la tarea que ahora me impongo.

  Voy a narrar algunos aspectos de la vida de un compueblano que con algo de sarcasmo se le puso de apellido "el Tigre", para no hacer alusión a su verdadero apellido Sánchez, aunque su nombre Marino nunca le fue alterado.

 Debo pedir perdón a sus padres, Polín Sánchez y doña Aurelinda, aún no encontrándose con nosotros, y a su hermana Ramonita  por mencionar la oveja negra de la familia.

 Fuí amigo de Marino el Tigre en su niñez, pues eramos vecinos. Y lo de la amistad lo refiero porque en Baitoa sólo tuve pleito de puños con Ernesto Pérez, supongo que andaríamos por los cuatro años, y con Marino quizá un año después. Por ello al igual que a Ernesto Pérez lo he de considerar mi amigo.

 Antes de entrar en detalles de su vida. Debo señalar que Marino, entre los jóvenes de su edad en la comunidad fue de los primeros en emigrar a Estados Unidos. Pudo haber sido en el año 1966. Ya nuestra juventud no veía horizontes o futuro de progreso y se dedicaba a aprender inglés con la meta de en algún momento abandonar el lar nativo.

 Como señalé Marino lo hizo primero que todos. Pero no permaneció mucho tiempo en Nueva York. Recuerdo cuando lo encontré en el río, cerca de las construcciones de los Fernández que conocíamos como el balneario. Allí se la lucía con un reducido número de chicas, entre las que recuerdo algunas nietas de Imoena Fernández, que se encontraban de visita en Baitoa. Se lucía, decía, porque procedía delante de todos a realizar un tatuaje en uno de sus brazos usando una hojilla de afeitar y tinta china. La vieja imagen es vívida porque desde entonces me ha parecido un tanto primitivo proceder a marcar la piel humana como la de una res cualquiera.

 No quiso seguir una vida segura en el extranjero, pues prefirió una vida ambulante por todo el territorio nacional. Es algo que no he podido comprender.

 Cuando alguna vez, luego de ese encuentro. pregunté por él, se me respondió que Marino era un "doctor", pues curaba enfermos y  era vidente, en otras palabras era un curandero. Le iba muy bien en su oficio puesto que era solicitado por sus clientes que le eran fieles hasta que en algún momento los timaba y dejaba de visitar el sitio.

 Decía ser un experto en preparar espuelas para peleas de gallos. Por lo menos tal cosa me afirmó cuando lo encontré por casualidad en un campo de las cercanías de San Francisco de Macorís donde me pareció que había amanecido durmiendo en la gallera del lugar.

 También era aficionado a la apuesta en la pelea de gallos. Y era ganancioso en esta lid. Al extremo de que su fama de escapar sigilosamente del momento que veía su gallo perdido círculo por muchos lugares del país.

 Tal fue el caso en una gallera de Taveras. Parece ser que los apostadores les exigían alguna garantía para aceptar algún reto. Pero, en esos momentos, a la gallera se apareció César Pérez y Marino, raudo, se acercó a saludarle. Luego regresó donde sus contendientes indicándoles que su padre, César Pérez, le autorizaba a apostar hasta diez mil pesos. Y ahí comenzó el desafío.

 En un momento dado el gallo al que apostaba Marino rodó por el suelo, por lo que éste intentó abandonar el lugar, pero fue tomado por una mano por su contrincante al tiempo que gritaba: "esta cogido, amigo". Tremendo dilema. Pero el gallo de Marino se recupera y lanza al gallo contrario a  realizar pataleos. Con lo que Marino tomó la otra mano de su compañero al tiempo que gritaba " en verdad, amigo, que estamos cogidos". Y efectivamente se fue de la gallera diez mil pesos más rico.

  Sólo al cabo de una semana, descubrieron los galleros de Taveras que César Pérez no era el padre de Marino y que, por tanto, no podía garantizar apuestas. Pero ya era tarde y  eran diez mil pesos más pobres.

 Acostumbraba Marino, sin regularidad alguna, regresar a casa de sus padres. Podía ser su ausencia de tres meses o de dos años. Su madre lo recibía con tristeza y alegría. Sólo recientemente me enteré que llegaba a golpear a su madre Aurelinda y, en consecuencia, era apresado. Pero Aurelinda al día siguiente rogaba a las autoridades que le liberasen a su hijo.

 Por lo general se mantenía tranquilo en Baitoa. Aunque no siempre así. Por lo menos un grave delito de violación  sexual llegó a cometer, sin contar algunos hurtos realizados a la luz del día.

 Asumo que era tranquilo cuando llegaba en compañía femenina. En cada regreso tenía una chica diferente. Asumo que su madre rogaba a Dios para que su hijo asentara cabeza con alguna de ellas, pues a todas recibía con paciencia y sin protesta.

  Al respecto de una de ellas le confesó una vez a su madre que estaba preocupado porque a la jovencita la había sacado del colegio sin que sus padres lo supieran. Tal confesión preocupó a su madre que quiso averiguar con la jovencita sobre su pasado. Pero esta le confiesa que en realidad ella trabajaba en un prostíbulo.

 Y hasta dos mujeres logró reunir Marino en la casa familiar. Y ello si disgustó a su madre.

 Marino siguió su vida de gitano criollo. Hasta que  en la década de los 90 del siglo pasado transcurrieron más de tres años sin que Marino regresase. En una fiesta patronal uno de esos negociantes que se mueven a los lugares donde se celebran tales fiestas informó que Marino había sido asesinado en un lugar cerca de Cotuí. Lo picotearon fue la descripción de cómo perdió la vida.

 Su madre, Aurelinda, no hizo caso a tal información. Murió esperando el regreso de su querido hijo,Marino el Tigre.